martes, 22 de noviembre de 2011

Le gustaba el invierno, pero su árbol favorito era la palmera. Qué cosas, ¿verdad?


El invierno le gustaba. Y no era por la nieve que a veces (contadas con los dedos de una mano, por cierto) tapaba levemente las callejuelas de su ciudad. ¡Qué va! Eran tan, tan friolera que eso lo detestaba. Le gustaba esta estación por los vendedores de castañas que te las ponen en conitos. Siempre iba al mismo, el de al lado de la parada del autobús en la que siempre esperaba. Ahí cogía el 25 los lunes, miércoles y jueves; y el 6 los martes y viernes. Aunque a veces el autobusero cambiaba el número y le costaba un montón saber que ese era el suyo. Además, se enfadaba también cuando lo hacía. A ella le gustaban el número 6 y el 25. No otro cualquiera. Pero estaba hablando de las castañas. Le gustaban poco hechas. Si Lu, la señora japonesa que las hacía, se pasaba al hacerlas, se ponía colorada, colorada; y así ella entendía que debía dejar de asarlas ¡o su compradora más fiel explotaría! Le gustaba el invierno. Le gustaba sobre todo por aquel "mimo" callejero que se ponía en la puerta de un gran centro comercial. Era un cuerpo con un sombrero flotante: no tenía cabeza. O al menos, no le asomaba. Lo llevaba viendo desde pequeñita, y cuando lo vio la primera vez, se quedó mirándolo tanto tiempo que se chocó con Lu, la vendedora de castañas. Desde entonces la conocía. Le encantaba ese mimo porque saludaba a la gente cuando pasaban por delante. Arrancaba sonrisas, felicidad. A ella personalmente, le inspiraba ternura. Precisamente aquel día, vio a un hombre de color que estaba super feliz mirando cómo los niños les decían a sus madres: ¡Mami, no tiene cabeza! y esa escena le produjo tal bienestar, que fue entonces cuando decidió que el invierno sería su estación favorita. A pesar de que su árbol favorito fuera la palmera, que era un símbolo del verano.

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