viernes, 3 de diciembre de 2010

Su sueño era formar parte del Circo del Sol. Tanto era así que se pasaba los días haciendo acrobacias, moviéndose por todo su cuarto de lámpara en lámpara (amaba las lámparas, tenía muchísimas). De la cama a la ventana, de la ventana a la mesita de estudio. Desde aquel día que había ido a ver uno de sus espectáculos en la maravillosa ciudad de Madrid, a la que amaba, se había enamorado de aquellos mimos, arlequines de colores, cantantes, ruedas gigantescas que giraban haciendo parecer que era sencillo; y sobre todo se había enamorado de aquel traje rojo que llevaba un hombre. Era su color favorito, por supuesto. No hacía nada en especial, estaba parado encima de una columna y de vez en cuando hacía un leve movimiento con la mano derecha. Pero ella no podía dejar de mirarlo. Quería un traje igual. Incluso se había pasado horas y horas hasta encontrar el vídeo de esa actuación para hacérselo ella misma. Sí, quería que le costase trabajo hacer esos flecos enormes y pegar esas lentejuelas diminutas colocadas con estrategia justo donde más se veían. Quería que le costase porque sólo así se lo pondría con orgullo cuando trabajase ahí. Porque tenía claro cuál era su sueño, y más claro aún tenía que lo iba a cumplir. Sea como fuere.

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