jueves, 9 de diciembre de 2010

Lágrimas.

Todo, absolutamente todo se le venía encima. Su espíritu y alma se consumían tan rápido como el cigarrillo que se acababa de encender, pero del que ya no quedaban ni las cenizas. Y lloraba. Mucho. De impotencia, rabia, dolor, alegría, melancolía, amor, ¿odio? Lloraba por algo, pero no sabía por qué. Lloraba por algo, y por todo. Se odiaba a él mismo. Se odiaba por odiarse. Sí, es raro, pero es así. No sabía que hacía ahí, entre esas jodidas cuatro paredes con cientos de fotos. Pero no fotografías cualquiera... Fotos con él. En distintos momentos: besándose, en la cama, en el parque aquel día en el que montaron en todos sitios, haciendo aquel pastel que tanto les gustaba a los dos, él leyendo, él sonriendo, él sin camiseta, con camiseta, con aquella camisa que tanto le favorecía y con esos pantalones que, no le quedaban muy bien, pero le encantaba cuando se los ponía. Se preguntaba... ¿tendrá otro chico fotos de él como las tengo yo? ¿Pensará aún en mí? ¿Por qué? ¿Me dejó de querer? ¿Tuvo miedo de mí? Preguntas sin respuesta, preguntas que él nunca le había aclarado. Se fue, sin más. Se fue y no se dignó ni a dejarle una carta. Ni eso. Desapareció, simplemente. Una mañana despertó y ya no estaba. Lloraba. Mucho. Y desde entonces, las lágrimas corrieron por sus mejillas hasta llegar al mentón, y ahí perderse en la nada...

"Cuando una historia de amor termina, está claro que se puede encontrar todo menos un por qué."

1 comentario:

  1. en esos casos lo mejor es evitar pensar en ese amor como un amor, y comenzar a pensar que es una persona que ha pasado por tu vida y no ha sabido quedarse en ella.
    Ese tipo de personas poco merecen la pena.

    y menos lagrimas de alguien como tú.
    Animo y..me encanta!

    ResponderEliminar