domingo, 12 de diciembre de 2010

Tenía un post-it en la nevera donde ponía te quiero que le recordaba ese sentimiento cada vez que iba a llenar ese vacío que había dejado él; otro en la esquina derecha del espejo gigante de su cuarto de baño donde ponía buenos días princesa (esta le recordaba a esas mañanas en las que se lavaban los dientes juntos y jugaban con la pasta de dientes); otro en el cabecero de su cama donde ponía hoy tengo ganas de ti de aquellas noches, mañanas o simplemente tardes que pasaban juntos ahí, abrazados, sin mediar palabra. Lo suyo eran los post-it. Igual que jugaban mucho a poner papelitos de colores por toda la casa hasta llegar al premio (que normalmente era un beso interminable y un perderse entre las sábanas), cuando él la dejó lo hizo con otro. Esta vez era un papel blanco, nada de color. En él ponía lo siento, no puedo seguir con esto. Te quiero. Hasta siempre... Cuando se levantó y lo vio puesto encima de la mesita, no se lo podía creer. Y ahí seguía. En esa mesita roja y blanca que habían escogido juntos. Sus recuerdos rondaban en torno a unos cuantos papeles con palabras y tres álbumes de fotos. 

2 comentarios:

  1. amores de palabras escritas que se puede llevar el viento no sirven para mucho.
    Los que verdaderamente se necesitan son amores de hechos,de verdades,de comprensiones,de sueños en común o objetivos.

    Lo que se necesita es aniquilar esos amores de copiaypega el post-it.

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