domingo, 21 de noviembre de 2010

Todos somos felices siempre.

En el fondo estaba convencida de que todo el mundo era igual de feliz. Cien por cien feliz. Pero al parecer solo ella se había dado cuenta de tal cosa. Por mucho que a veces aparentásemos estar mal, hundidos o nuestro interior estuviese algo más revuelto, ella siempre estaba ahí. Era su mejor amiga, de hecho. Nunca la abandonaba, y cuando estaba a punto de caer, la felicidad venía en forma de charco, paraguas, canción o sol. Y se había propuesto que todo el mundo supiera lo mismo que ella sabía, así que dejaba cartas por debajo de las puertas de las casas en las que veía entrar a alguien triste donde ponía: "Tú eres feliz, aunque a lo mejor no sepas donde tienes la felicidad. Búscala en el armario de las galletas o debajo del sofá, seguro que está". La suya era traviesa y de vez en cuando se escondía. Otras veces era ella quién la hacía porciones y la guardaba en la nevera, en el bote de nocilla recién empezado, en una canción de Sting, en su perrito, debajo de la almohada, en un mensaje recibido por sorpresa, en una foto o (este era su lugar favorito) en la enorme bolsa de chuches que siempre tenía en casa. 

                                                                                                                           
                                                                                                          "Sé feliz. Busca tu felicidad, no dejes que sea ella la que te encuentre a ti en este escondite que es la vida." 

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